Mad City

“Tienes que elegir entre cubrir la historia o formar parte de ella». Max Brackett

Mad City -Mad City (Constantin Costa-Gavras, 1997)- constituye una versión contemporánea de Ace in the Hole en su denuncia de la capacidad de los medios para manipular la realidad, su servidumbre a la guerra de audiencias, la frivolidad con la que se manejan asuntos que afectan a las vidas de seres humanos, lo poco éticos que son los comportamientos de muchos de sus profesionales, etc.
El personaje central de esta película es Max Brackett (Dustin Hoffman), un periodista de Nueva York “desterrado” a Madeline (California) por culpa de sus divergencias de opinión con sus anteriores jefes, en especial con Kevin Hollander (Alan Alda). En Madeline, Brackett trabaja en una emisora de televisión local desde la cual espera poder dar el salto de regreso a Nueva York y cuyo jefe, Lou Potts (Robert Prosky) discrepa con algunas de sus prácticas laborales:

Lou Potts: There’s a line I won’t cross.
Max Brackett: I’ m not asking you to.
Lou Potts: Yes, you are.
Max Brackett: I am not. I’ m saying, you move the line, you get the story. (Mad City, 00:04:05 a 00:04:10)

La “flexibilidad ética” de Brackett queda por tanto clara desde el inicio del filme en el que, si habéis visto el corte anterior, habréis observado cómo se establece una clara equiparación entre los periodistas y los cazadores. Con esta base, cuando se encuentra con su oportunidad informativa (que tal vez suponga su camino de regreso a New York, una moticación similar a la de Tatum) a Brackett no le detendrá el hecho de que la realidad no sea tal y como él la está presentando, poniendo en práctica el viejo dicho de “no dejes que la realidad te estropee una buena noticia”.
En efecto, Brackett ha ido al museo a cubrir una información rutinaria cuando el ex guarda de seguridad Sam Baily (John Travolta), llega armado y desesperado con la intención de provocar que la directora, que le ha despedido meses antes, le devuelva su trabajo. Sam, un tipo de pocas luces, no tiene en realidad intención de hacer daño a nadie, pero la situación se complica a su pesar. Brackett, que es de todo punto consciente de cuál es la situación ante la que está, decide utilizar la coyuntura en su favor y convertirla en una gran noticia, manipulando para ello al guarda de seguridad y dándole indicaciones con respecto a cómo actuar en cada momento, indicaciones que no tienen como objetivo ayudarle a él sino hacer que la noticia sea más interesante y orientar a la opinión pública en función de sus intereses.
Este afán manipulador no es sólo patrimonio del poco ético Brackett, sino que el fin de Costa-Gravras lo hace extensivo a todos los profesionales de la información que en breve se personan en el circo mediático que se genera en torno a Baily. Así, por ejemplo, el periodista negro Nat Jackson (Bingwa) convierte en una cuestión racista el ataque no premeditado de Baily a su colega y amigo negro, a cuya familia otros periodistas sensacionalistas tientan para que ofrezcan una visión, previo pago, no demasiado favorable para el secuestrador. El momento culminante en esta escalada lo constituye el modo en que en la sala de montaje el corte antes o después de una palabra o un gesto permite dar modificar por completo el significado de las palabras de la gente próxima a Baily, pasando de construir un discurso intencionadamente positivo a otro demoledor, partiendo del mismo material. Además, los medios dan pábulo a declaraciones de personajes que dicen ser amigos de Baily y a los que éste asegura no conocer.
De lo dicho ya se deduce que el modo de trabajo de los profesionales de la información no es objeto de elogios en la película. Aparte de todas estas manipulaciones más o menos intencionadas, los periodistas se caracterizan por no respetar en absoluto la privacidad de sus fuentes y así, entre otros ejemplos, una reportera interpretada por Jenna Byrne y su cámara se disfrazan de personal médico para tratar de entrevistar al compañero de Baily en el hospital. En la primera parte de la película Brackett amonesta a la novata Laurie Callaham (Mia Kirshner) por haber dejado la cámara para acudir en auxilio del guarda herido.

Laurie Callaham: I can’t hold a camera and help someone at the same time.
Max Brackett: By not having your camera we lost footage nobody else would have had. You must decide whether you are going to be part of a story or record the story. (Mad City, 00:31:15 a 00:31:28)

Una vez más, Max muestra su disposición para “mover la línea” y adaptar a su antojo las máximas de la profesión periodística. Sin embargo, al final de la película la muerte de Baily le hará cobrar conciencia de que ha ido demasiado lejos: “We killed him!”, grita como broche final de filme, una y otra vez, a los periodistas que le rodean ahora que él también se ha convertido en parte de la noticia.

Así pues, entre Ace in a Hole y Mad City no ha habido grandes cambios. Brackett instruye a Laurie al igual que Tatum lo hacía con Herbie y en nombre de la noticia ambos llevan hasta el peor de los extremos una situación que podía haberse resuelto con facilidad sin su mediación. Quizá las principal diferencia entre ambas cintas sea cómo ha cambiado la representación de los profesionales de la información como grupo, que en los años 90 aparecen asociados a la idea de una horda despersonalizada que acogota a sus fuentes de información. Si en El gran carnaval veíamos agolparse al público para asistir en directo al espctáculo, en Mad City los medios no dejan cabida para la presencia in situ de los espectadores, condenados sí o sí a ver el «espectáculo» mediado. Y esuna horda inmisericorde, como se puede ver en el momento en que Sam Baily (John Travolta) libera a dos de las escolares del grupo al que retiene como rehenes en un museo en protesta por su despido. La salida de las niñas, en el minuto 33 de la película, es espectacular. En plano las muestra descendiendo, temerosas, por una escalera, mirando aterrorizadas hacia el frente. Lo que les causa pavor está en el fuera de campo, pero no tarda en entrar en plano: son los periodistas, que se acercan implacables y ante los que las niñas retroceden asustadas, hasta que la policía interviene, cogiéndolas en brazos (hacer retroceder a los medios está claro que no es una opción).

No es la única escena de este tipo en la película, en la que se recogen varios momentos similares hasta llegar al estremecedor plano final, el congelado de un plano cenital al que se llega mediante un travelling de alejamiento que permite contemplar al periodista Max Brackett (Dustin Hoffman) rodeado por sus compañeros, que inundan todo el espacio visible.

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